A lo largo de mi carrera profesional he podido comprobar con
la ayuda de las técnicas regresivas cómo la mayoría de mis pacientes
fraguaron sus patrones de conducta ya desde la temprana etapa uterina.
Uno de los casos más significativos que he tenido hasta el
momento es el de una mujer marcadamente hipocondríaca, adicta a todo
tipo de medicamentos (alopáticos y homeopáticos), adicta a la comida
(tenía dos frigoríficos en su casa aunque vivía a cinco minutos de
cuatro supermercados diferentes) y de un sobrepeso cuasi mórbido.
¿De donde venían todos esos patrones tan dañinos?
Cuando llegamos a la génesis de los problemas emocionales de
esta paciente, averiguamos el porqué del comportamiento adulto de ese
bebé uterino cuya madre había perdido a su ser más querido cuando la
llevaba en su vientre y que pasó un embarazo triste, deprimida, apagada,
en el que se olvidaba de comer casi a diario y en el que ni siquiera se
acordaba de la vida que llevaba en sus entrañas. Esta pequeña, se pasó
su etapa uterina escondiéndose para no molestar a su madre y bajo un
estado de ansiedad continua temiendo la muerte por falta de
alimentación.
Como este caso puedo contar muchos más, pues, por desgracia, y
si me permiten tomarme la licencia de parafrasear a Alfred Tomatis,
para muchas personas la estancia en el útero no son Nueve meses en el
Paraíso.
Tras mucho reflexionar sobre lo que sufrían mis pacientes en
la etapa uterina, decidí que la solución estaba en prevenir e intentar
atajar los traumas de las personas antes de que se produjeran ¿Cómo?
Trabajando con las mujeres antes del embarazo o, si no ha podido ser
antes, durante el embarazo para que se liberaran de sus
condicionamientos y no los transmitieran a sus bebés.
Sobre el papel parece fácil, pero en realidad es un trabajo
complejo, duro y un acto de valentía por parte de las mujeres que llegan
hasta el final y logran liberarse, formar patrones de conducta
positivos y retomar la vida desde una nueva perspectiva.
El verdadero quid de la cuestión está en realizar una
profunda introspección e ir limpiando paso a paso el inconsciente de
todos esos comportamientos dañinos (muchas veces heredados) que
arrastramos con nosotros y proyectamos en nuestro día a día. Si logramos
deshacer esos nudos emocionales, durante la etapa del embarazo, la
mujer, al estar liberada, podrá relacionarse con su bebé de forma
positiva y limpia, sin condicionamientos que los marquen a los dos con
miedo, tensión, ansiedad, estrés y dolor.
La seguridad en sí misma y la confianza en su naturaleza de
mujer y embarazada, también ayudarán a que el embarazo sea llevado de
forma consciente y sin intromisiones externas. La mujer
decide por ella y su bebé, se informa, busca la mejor opción, la más
sana, la más respetuosa hacia la futura salud mental y física de su bebé
y por supuesto, de ella misma.
Pero, además, y este hecho es de una importancia fundamental,
la mujer que se haya trabajado eficazmente antes de su parto y que haya
logrado sacar a la luz su verdadera personalidad, esté segura de sí
misma y satisfecha con su forma de ser, comprobará como al afrontar su
trabajo de parto sin miedos, su instinto actuará de forma más eficaz,
eliminando de un plumazo gran parte de la tensión, el miedo y los
temores.
Así mismo, para el bebé el efecto será el mismo. La
transición de la vida uterina a la vida terrestre será mucho más fácil y
agradable si nace de una madre relajada, consciente de su valor y de su
capacidad para parir y conectada con él durante todo el proceso, que si
nace de una madre en tensión, presa del pánico y sin la capacidad de
decidir lo mejor para ella y su hijo.
También quiero resaltar el hecho que no es lo mismo trabajar
antes del embarazo que mientras la mujer está embarazada. En este
segundo caso, nunca deberemos olvidar que el bebé está presente en todo
el proceso y que tenemos que actuar de la forma más delicada posible
para evitarle cualquier tipo de emoción negativa.
Además, hay que fomentar durante todo el tiempo del embarazo
una vinculación emocional positiva y el apego entre madre-bebé a través
de relajaciones, meditaciones, visualizaciones guiadas, el canto, la
charla habitual con su hijo (contarle los hechos del día a día,
explicarle cuando haya algo negativo que no es culpa suya, etc), los
cuentos, el tacto, la alimentación sana y natural, y en definitiva
intentar minimizar los impactos emocionales negativos para el bebé.
Para concluir, quiero volver a repetir una idea que considero
que toda mujer que quiera convertirse en madre debería tener muy
presente: una madre confiada, relajada, seguro de sí misma y liberada de
las cargas inconscientes de su pasado, le regalará a su bebé uterino el
mejor de los dones: una salud emocional (y por consiguiente física)
positiva y equilibrada.
Texto: Ramón Soler
Foto: Fickr / Hafdis
Fuente: mentelibre.es
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