Un científico que vivía preocupado por los problemas del mundo, estaba resuelto a encontrar los medios para disminuirlos. Así, pasaba días enteros en su laboratorio, buscando respuestas para sus dudas., realizando pruebas e intentando generar nuevos métodos.
Cierto día, su pequeño hijo, de tan solo 7 años, invadió su lugar de trabajo con la intención de ayudarlo a trabajar. “Si lo ayudo a encontrar lo que tanto busca, podrá entonces estar mas tiempo conmigo”, pensaba el pequeño.
El científico, nervioso por la interrupción -que lo desconcentraba- intentó hacer que el niño fuese a jugar a otro sitio. Procuró distraer su atención para poder trabajar, un rato más, concentrado, atento a sus pruebas y procedimientos.
Agarró una revista que estaba por allí, arrancó una hoja en la cual se mostraba una hermosa foto del mundo, cortó la foto en mil pedazos con unas tijeras, y se lo entregó al niño con un rollo de cinta adhesiva diciéndole:
- ¿Te gustan los rompecabezas? Voy a darte el mundo para que lo arregles. Aquí lo tienes, todo roto, en pedazos. A ver como lo puedes arreglar.
Calculó que al niño le llevaría días recomponer el mapa dado ya que nunca había visto uno y no sabía cual era la imagen final a la cual debía llegar. Esto, sin duda, le daría tiempo para concentrarse en su trabajo, y seguramente hasta podría hacer que el niño abandonara el intento y volviese a su cuarto a jugar con cosas más acordes a su edad.
Pero el que hereda no roba, y el niño había heredado la creatividad y el sentido práctico que caracterizaban a su padre. Una hora después, se escucho en el silencioso laboratorio una pequeñita voz que decía: “¡Aita! ¡aita! ya lo he acabado!!”.
Al principio el científico no creyó a su hijo, ya que era imposible que un niño de su edad, en una hora, hubiese terminado de armar un mapa que jamás había visto. No sabía dónde estaba cada país, donde se encontraba Tanzania, Autralia o qué era Europa, ¡era imposible!
Pero el niño insistía, por lo que el hombre, una vez más, apartó su trabajo y fue a hacer caso a su hijo.
Levantó los ojos de sus anotaciones pensando en como podría corregir al niño de su suposición errónea sin herirlo pero su sorpresa fue mayúscula cuando observó que el mapa estaba completo y perfectamente armado. ¡Todas las piezas estaban en el sitio indicado!
“Tu no sabías como es el mundo, hijo. ¿Como has conseguido armarlo?” - Preguntó el padre.
El niño, con gran desparpajo no dudó en responder así: “Yo no sabía como es el mundo. Y por un rato intenté armarlo sin lograr avanzar nada. Pero cuando arrancaste la hoja de la revista, vi que al otro lado había la figura de un hombre. Tras intentar arreglar el mundo y no poder, recordé al hombre y se me ocurrió que podía dar la vuelta a los recortes e intentar arreglar al hombre, que yo si sabía como era. Al terminar de arreglar el hombre, di vuelta a la hoja y encontré que también había arreglado el mundo.
Gabriel García Marquez
2 comentarios:
Precioso cuento. Y es para leer, leer, releer... y tenerlo en cuenta.
A tal caballero... tal honor (respecto al autor)
uf, uf no quería que me saliera eso de anónimo, porque tengo nombre.
Concha.
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