domingo, 1 de mayo de 2011

Carta abierta al Ministro de Trabajo e Inmigración, Valeriano Gómez

Muy Sr. Mío:
Recibo con mezcla de estupor y nerviosismo las declaraciones de su última comparecencia pública. Dice usted en un alarde de sinceridad sin precedentes:

“Si tuviera que elegir una sola medida por encima de todas las demás para estimular la igualdad y, al mismo tiempo, la eficiencia de una economía, la capacidad, la producción y la riqueza a medio y largo plazo, esa sería que todos los chicos pudieran estar escolarizados inmediatamente después de su nacimiento".


Reconozco que no me resulta usted familiar, ni siquiera le ponía rostro a sus palabras. Imaginé que su imagen debía responder al del avaro Ebenezer Scrooge del cuento de Navidad de Dickens. Resulta que no, que parece usted un funcionario gris de carrera o un anodino profesor universitario de 53 años. Se nota que usted no se ha parado mucho a reflexionar sobre qué significa la igualdad. Si, ya sé que habrá alcanzado a diferenciar entre igualdad formal e igualdad real (esto se estudia generalmente en las Universidades), pero estos términos tan solo nos ofrecen un punto de partida. La profundidad que merece el término igualdad no se estudia en el Bachillerato (estará conmigo, si ha reflexionado sobre el tema, que la presentación de los filósofos en la asignatura de Filosofía era escueta y poco profunda) y en las Universidades tampoco tiene demasiada cabida.
Ya sé que es licenciado en Económicas y que se ha especializado en Economía del Trabajo. Pero esto, créame no significa demasiado. Quiero decir que quizá usted no se ha parado realmente a pensar qué significa igualdad entre el hombre y la mujer. Le voy a confesar algo: yo tampoco lo había hecho hasta que fui madre. Antes de este acontecimiento, para mi, igualdad significaba estudiar en la universidad y tener el mismo puesto de trabajo que podía tener un hombre cobrando lo mismo que él y en las mismas condiciones. Aunque entonces fue cuando descubrí lo del techo de cristal y las diferencias de salario entre mujeres y hombres en nuestro país. ¡Vaya, la verdad es que no vivo en un país en el que hay igualdad! – pensé. Pero entonces, nació mi hija.


No sé si tiene hijos… ese dato no lo he conseguido encontrar en San Google, así que no lo daré por hecho. Quizá no tenga hijos. Eso podría hacer que le comprendiera un poco mejor, discúlpeme, solo un poco. Perdone la familiaridad del trato y que me inmiscuya en sus asuntos personales, pero dado que usted ha decidido opinar sobre la vida privada de mis hijos, y la mía, me veo con el derecho de hacer algunas apreciaciones sobre la suya propia.

Si usted no tiene hijos, no se ha parado a reflexionar profundamente sobre las implicaciones del término igualdad y está especializado en Economía del Trabajo, siento comunicarle que usted no va a ser un buen ministro de Trabajo. Le contaré una cosa, un político no es un teórico, ni un intelectual, ni puede jugar a elaborar políticas sobre el papel, porque lo que ustedes deciden y opinan tienen repercusiones en millones de seres humanos de su país (si el país es muy poderoso también fuera del mismo). Así que ya ve, usted no es un profesor universitario diciendo lo que piensa a un foro reducido de estudiantes con poco sentido crítico. No, usted es un político y lo que dice y opina va a tener repercusiones en la vida de las personas. Concretamente en la mía y en la de mis hijos. Así que me permitirá decirle un par de cosas más.

No dudo ni un solo momento de que para la economía del Trabajo deba ser muy importante, casi imprescindible, que las madres dejen a los niños en guarderías inmediatamente después de nacer (¿nos dejarán que nos curemos de la episotomía que nos infringen generalizadamente en los Hospitales donde solemos dar a luz o tendremos que ir sangrando al trabajo? Estos detalles son importantes.

Me lo imagino a usted en su despacho de paredes de madera con un folio en blanco. Veamos, - debe de pensar - si las mujeres dejan de recibir la baja maternal, y tenemos a medio millón de mujeres más dispuestas a trabajar nada más parir, significa que ahorramos… no sé cuanto… Uhh! Esto está bien. Porque claro, las mujeres somos los peones perfectos en la economía de mercado. No solo parimos a las siguientes generaciones de peones, sino que, además, cobramos menos por hacer el mismo trabajo que los hombres. ¡Bien! Las cuentas mejoran – dirá usted en un incontrolable estallido de dicha que significa que habrá arqueado la ceja derecha ligeramente. La ceja izquierda quedará imperturbable, por supuesto. Y claro, las cuentas mejoran pero ¿para quién? Porque eso en su última declaración no lo ha dicho. Las cuentas mejorarán dejando a los niños inmediatamente en guarderías para los de siempre, le ha faltado detallar. Para empezar para los que tienen cuentas que engrosar (le recuerdo el millón trescientas mil familias cuyos miembros están en paro), o sea, grandes empresarios (los pequeños empresarios no cuentan), financieros y políticos. Quizá le sorprenda que haya incluido a lo políticos en esta terna, pero ya no es posible que sigamos haciéndonos los tontos por más tiempos. Siempre supimos que los políticos nos engañaban (con programas electorales que no se llevaban a cabo ni en 10 % de su integridad, con políticas deplorables, con comisiones ilegales…) en fin, que a ustedes les sale también las cuentas porque niños recién nacidos en guarderías implican adultos adocenados con nulo sentido crítico. Es decir, que ustedes pueden seguir haciendo lo que hacen (ser absolutamente ineficaces, robar, estafar...) sin que se subleve la chusma, digo, perdón, la ciudadanía. Yo creo que ya que usted decide levantar la liebre, podría hacerlo de verdad. Díganoslo claramente. Díganos a las mujeres que paramos hijos y los entreguemos al estado que suministrará la dosis de vitaminas adecuada y el adoctrinamiento necesario para perpetuar este “extraño” sistema en el que las cuentas, siempre, les salen a los mismos.

Sin embargo puede que usted sea padre o lo haya sido en algún momento de su trayectoria vital y aún así haya decidido hacer estas declaraciones (le recuerdo que las declaraciones son optativas y que puede no hacerlas), entonces sugiero que mire a los ojos de sus hijos (sobre todo de sus hijas) y les diga esto: que al día siguiente de parir tendrán que dejar a sus hijos en guarderías para irse a trabajar (con la episotomía aún sangrando, le recuerdo). Y entonces, quizá después, sabrá de qué estoy hablando… espero.

También admito que puede que tenga hijos, concretamente hijas y, aún así, todo esto le traiga al pairo. Entonces reconocerá conmigo que usted nunca debió de hacerse político. Le contaré algo: para ser político hace falta amar al pueblo al que se sirve. Y le diré una cosa más, para amar hace falta haber sido amado de pequeño. Y entonces, de nuevo, me lo imagino a usted, de pequeño, en su Arroyo del Ojanco, en Jaén, quien sabe si criado por familia lejana mientras su madre se iba a la vendimia, quien sabe si fue un niño abandonado en un hospicio, quien sabe qué le ocurrió a usted siendo pequeño para opinar de la manera en la que lo hace ahora. Y entonces, comienzo a tener compasión por usted y por las personas que le rodean.

Sinceramente, al principio pensé que era un indeseable por proponer la separación de los hijos recién nacidos de sus madres y quitarnos a las mujeres uno de los derechos que hemos tenido que conquistar (la baja maternal, que en España, le recuerdo, es absolutamente insuficiente); ahora, sin embargo, me apetecería darle a usted un abrazo, a ver si puede sentir mínimamente qué significa ser amado.

Le deseo lo mejor y le pido que me tache de ese folio en blanco en el que pone y quita cifras que representan seres humanos. Quíteme a mi y no se olvide de quitar a mi hija también (si vuelvo a dar a luz se lo haré saber que vaya haciendo lo mismo). Nosotras no queremos dar nuestra vida a la eficiencia, la capacidad o la producción, ni siquiera a la riqueza propia (menos a la de los otros). Es que ¿sabe? Nosotras nos amamos. Y ni usted ni nadie tienen dinero suficiente para cambiarlo.

Deseándole que alguien lo ame prontamente, reciba un cordial saludo.

1 comentario:

Amama Doula dijo...

Madre mía la que ha liado este hombre... deben de pitarle los oídos. Ojalá rectifique la barbaridad que ha dicho, al menos iremos haciendo fuerza por ello.