sábado, 26 de marzo de 2011

Soy padre, dicen ellos. La paternidad sin complejos

“De entre todos los posibles destinos del amor, entre todas las posibles formas de amar, hay uno que eclipsa cualquier otra perspectiva: el Amor por nuestros hijos. Un estremecimiento de adoración inmediata e infinita, un instinto bestial que nos lleva a sentir ternuras y afectos incomparables, con todos los gozos y desvelos que ello entraña.

No, los papás no parimos. Para un padre no hay pataditas, ni contracciones, ni insufribles dolores de por medio. No nos desangramos en el empeño de verlo nacer, aunque se nos desgarre el alma en esa inaudita inquietud, en la bendita espera, en el anhelo de tener en nuestros brazos a uno de esos diminutos recién llegados. Pero pienso que, de algún modo, también se derrama en ese ser la parte de nosotros que sale de nuestras entrañas, y algunos así lo sentimos”
David Cantero

36 padres del siglo XXI, orgullosos de serlo y de sentirlo son los protagonistas del libro “Soy padre, dicen ellos. La paternidad sin complejos” de Sara Fontacaba y Beatriz Galán, que también son autoras de “Cinco madres, cinco historias” y como en ese caso, los beneficios de la obra irán destinados a un hogar de niños y niñas abandonados: Amantaní en Perú.

Soy padre, dicen ellos. La paternidad sin complejos” recoge los testimonios de 36 hombres de diferentes profesiones, estilos de vida y creencias y refleja el nuevo papel del hombre en la sociedad y en la crianza de los hijos.

Muchos son rostros populares (esta es la lista de los integrantes del libro), políticos, presentadores de televisión, deportistas, escritores, artistas, … que han querido mostrar su lado íntimo en la relación con sus hijos y así formar entre todos un collage sobre diversos modos de entender y vivir la paternidad.

El relato del periodista televisivo David Cantero se puede leer aquí, y a continuación os presentamos el texto* de Joaquim Fontboté, conductor del programa literario “Terrós de sucre” y padre de 6 hijos.

Se titula “Nueve tazas de leche” y nos muestra el día a día de una familia numerosa compuesta por los padres, los hijos y la abuela. Apenas ahorran, ni tienen momentos de soledad pero este hogar representa, en palabras del autor, “una buena escuela de sobrie­dad (valor escaso en nuestra sociedad), de generosidad, de tolerancia y de paciencia”.

Este es uno de los muchos rostros de la paternidad sin complejos:

NUEVE TAZAS DE LECHE: Crónica de un padre de familia numerosa, por Joaquim Fontboté

Son las cinco y cuarto de la mañana y suena el desperta­dor. No me importa levantar­me porque soy más de mañanas que de noches. Y además lo prefiero así, porque es el único instante del día en que hay silencio. Mientras voy hacia el lavabo para ducharme, tro­piezo con unos pantalones que hay en el pasillo. Se los debía de dejar algún niño anoche.

Una, dos, tres, cuatro…

Una vez duchado, y totalmente des­pierto, me dirijo a la cocina y pre­paro los desayunos. Una, dos, tres, cuatro, cinco.., hasta nueve tazas de leche. Y cereales. Y margarinas. Y embutidos. Y tostadas, algunas quemadas y otras casi cruditas. Y el bocadillo que alguien se dejó olvi­dado en la mochila ayer…

Y se acerca la hora de despertar a todo el mundo. Antes, cinco minu­tos de silencio para mí y un breve repaso de lo que será el día. Des­pierto primero a mi mujer, Mamen, para que también se vaya prepa­rando para el nuevo día, y de paso poder comentarle un par de cosas sin temor a ser interrumpidos… ¡Y ya es la hora!

Marta, la mayor, se despierta como un reloj. En esto es la que se pare­ce más a mí. Carolina hace como si yo no existiera. Jordi me exige cada noche que, por la mañana, lo saque de la litera en el sentido más literal de la expresión. Y así proce­do: lo cojo en brazos y lo suelto en el suelo.

Roser, de las más agradecidas al despertarla, me pide que le haga cosquillas. Inma es una foto­copia de Carolina. No se despierta a pesar de los decibelios que empie­zan a retumbar por el pasillo de casa. Y Maurici, el pequeño, se dirige a la basura a tirar su pañal, con una sonrisa de oreja a oreja. «Papá, hoy no me he hecho pipi» (no voy a entrar en discusión en estos momen­tos sobre el tema).

Los dos baños de la casa empiezan a estar solicitados. Y la mesa de la cocina se va llenando. En veinte breves (o largos) minutos, seis niños hambrientos van dando cuenta del desayuno. Uno se encarga de repar­tir chocolate, el otro de poner la leche, a uno (que casi siempre es el mismo) se le cae la tostada al sue­lo, el otro te recuerda que a él la leche no le gusta ni fría ni calien­te, sino templada.

En fin, el desayuno se acaba y sólo queda que el encargado de barrer el suelo de la cocina y de meter los cacharros sucios en el pobre lavava­jillas lleve a cabo su cometido. Suerte que la abuela, que es la más lista de todos y se levanta cuando todo el mundo ha desaparecido, acaba por hacer un barrido a conciencia.

No te olvides de…

Los niños se visten. Mientras, Mamen y yo acabamos de organi­zar el día en la pizarra blanca de Velleda que compramos hace un par de años. Hoy tu llevas a los peques, y yo voy a Barcelona y dejo a las mayores. Recuerda que Caro­lina tiene música a las siete, y que Maurici tiene la vacuna a las cin­co. Y también que a Marta hay que recogerla en la parada del bus a las ocho. Y Roser, que no se olvide el abrigo que se dejó en el colegio. Ah, y tenemos que pasar por el centro comercial a comprar. ¿Pero no fuis­te el viernes pasado? Sí, pero hoy ya es miércoles, y los niños comen, ¿te acuerdas, cariño? (…)

Y por la tarde van llegando los niños en diferentes horarios. Eso sí, siem­pre estamos mi mujer y yo (o algu­no de los dos) para recibirlos. Prime­ro los pequeños, y después los mayores en diferentes fases.

Es en este rato de la tarde cuando entiendes perfectamente lo que es en realidad una familia numerosa. ¡Todos hablan a la vez! Ellos, curio­samente se escuchan entre sí, pero mi mujer y yo sólo pillamos una cuar­ta parte de lo que dice cada uno. Des­pués, entre ambos intercambiamos la privilegiada información que hemos descifrado de cada uno de nuestros hijos, y poco a poco pode­mos ir haciéndonos un dibujo apro­ximado de lo que van viviendo y les va sucediendo en el colegio.

Es la hora de las cenas. Dos turnos: el primero para los tres pequeños. El segundo para los mayores, la abuela, Mamen y yo. Sin televisión y sin telé­fono, a pesar de las leves protestas de nuestros hijos adolescentes.

(…) Al final del día, Mamen y yo nos acostamos los últimos (…) y las pocas energías y fuerzas que nos quedan son para solazarnos de nuestros hijos, o bien para diseñar algún plan de acción inmediata ante algún proble­ma que podamos pronosticar con alguno. Eso, cuando no tenemos alguna reunión del colegio o alguna activi­dad extra que nos estamos empezan­do a permitir después de pasar un paréntesis de quince años de dedica­ción casi exclusiva a los niños. Pero ahora ya confiamos en los mayores, y podemos salir alguna noche.

Escuela de sobriedad

Y después de esta breve descripción de un día normal en la vida de una familia como la nuestra, solamente me resta comentar, de forma muy bre­ve, lo que supone tener una familia numerosa.

La familia numerosa no es mejor ni peor que cualquier otro modelo. Es, sencillamente, una opción más, y mi mujer y yo hemos optado por ella de forma libre y a la vez íntima, sin nin­guna connotación externa ni social.

La familia numerosa exige un orden desordenado, o un desorden ordena­do. En una casa en la que conviven diariamente nueve personas, no se pue­de exigir que las cosas estén perfec­tamente ordenadas, o que los calceti­nes se aparejen correctamente cada día. Hay que asumirlo, y quizá, a la vez, rebajar el nivel de exigencia.

La familia numerosa implica algunas renuncias (la mayoría de ellas mate­riales), ya que los gastos son muchos, las ayudas externas escasas o inexis­tentes, y la capacidad de ahorro, al menos en nuestro caso, nula. A pesar de todo, es una buena escuela de sobrie­dad (valor escaso en nuestra sociedad), de generosidad, de tolerancia y de paciencia.

Y yo, como padre, debo decir que estoy muy orgulloso de mi familia. (…) Me encanta ver las caras de mis clientes o de mis conocidos cuando les digo que tengo seis hijos. De verdad me encanta, y me sirve para olvidarme (…) de los finales de mes en números rojos, o de los pantalones con los que me tropiezo a medianoche…

Sitio oficial: Soy padre

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